CUANDO LOS VIRUS MUTAN
Cómo intercambian enfermedades animales y humanos
CIENCIA DURA Con jeringa en mano, Lisa Jones-Engel actúa rápidamente para sedar a los macacos rhesus capturados en Dhamrai, Bangladesh. Mientras en un tejado, detrás de ella los simios espectadores gritan para dar la alarma. El equipo de la investigadora de la Universidad de Washington está documentando la transmisión entre humanos y monos en ambos sentidos, proceso que puede dar origen a nuevas enfermedades.
Foto de Lynn Johnson
Estamos rodeados de enfermedades infecciosas. Se podrían considerar como un cemento natural que une una criatura con otra, una especie con otra, dentro de los elaborados edificios que llamamos ecosistemas.
Los depredadores son bestias relativamente grandes que comen a sus presas desde el exterior. Los patógenos (agentes causantes de enfermedad, como los virus) son bestias relativamente pequeñas que lo hacen desde adentro. Aunque las enfermedades infecciosas parecen aterradoras y espeluznantes, bajo condiciones normales son tan naturales como lo que los leones hacen a los ñus, cebras y gacelas (depredación).
Pero las condiciones a veces distan mucho de la normalidad.
De la misma manera que los depredadores tienen presas favoritas que acostumbran cazar, sus especies objetivo, los patógenos también tienen sus predilecciones. Así como un león ocasionalmente puede desviarse del comportamiento normal, y matar una vaca en lugar de un ñu o un humano en vez de una cebra, esto puede suceder con los patógenos que cambian de especie objetivo. Los accidentes suceden, se dan aberraciones. Las circunstancias cambian y, en consecuencia, las oportunidades y exigencias también. Cuando un patógeno da el salto de un animal no humano a una persona y tiene éxito, el resultado se conoce como zoonosis.
El Ébola es una zoonosis. También la fiebre bubónica, la fiebre amarilla, la viruela del simio, la tuberculosis bovina, la fiebre hemorrágica de Marburg, el virus del Oeste del Nilo, la enfermedad de Lyme, muchas cepas de influenza, la rabia, el síndrome pulmonar por hantavirus y una nueva enfermedad llamada nipah, que mata a los cerdos y a sus criadores en Malasia. Cada una refleja la acción de un patógeno que puede contagiarse a los humanos desde otras especies. Esta forma de salto entre especies es muy común. Alrededor de 60 % de las enfermedades humanas conocidas se comparten entre animales y personas. Algunas de ellas, como la rabia, están muy diseminadas y son conocidas por su letalidad.
Miles de humanos siguen muriendo a pesar de siglos de esfuerzos por contrarrestar los efectos de la rabia, de intentos internacionales para erradicarla o controlarla, y de una comprensión científica clara sobre cómo funciona. Otras enfermedades son nuevas e inexplicablemente esporádicas, cobran pocas vidas (como el hendra), o un centenar por aquí y por allá, para después desaparecer durante años.
La viruela, como contraejemplo, no es una zoonosis. Es causada por un virus que infecta al Homo sapiens y, en casos muy excepcionales, a algunos primates no humanos. Pero no a los caballos, ratas ni cualquier otra especie. Esto ayuda a explicar por qué, a partir de 1979, se pudo declarar exitosa la campaña global de la Organización Mundial de la Salud para erradicarla. La viruela desapareció porque su virus, sin prácticamente capacidad de residir en ningún otro lado aparte de los humanos, no podía esconderse. Los patógenos zoonóticos sí pueden hacerlo.
La viruela del simio, aunque relacionada cercanamente con la viruela, tiene dos diferencias cruciales: su propensión a afectar tanto a monos como a humanos y la capacidad del virus de existir en otras especies, algunas de las cuales no han sido identificadas. La fiebre amarilla, que también infecta a monos y humanos, y es causada por un virus que se esconde en varias especies de mosquitos, quizá nunca pueda erradicarse. El patógeno causante de la enfermedad de Lyme, un tipo de bacteria, se esconde en los ratones de patas blancas y en otros mamíferos pequeños. Por supuesto, no es que los gérmenes se escondan de manera consciente. Para ellos, este comportamiento simplemente constituye una estrategia de transmisión indirecta o de supervivencia encubierta.
La estrategia menos conspicua de todas es esconderse en lo que se llama un huésped reservorio, especie que porta el patógeno con poca o ninguna manifestación sintomática. Cuando una enfermedad parece desaparecer, su patógeno causal posiblemente podría haberse terminado, al menos en la región, pero quizá no. Tal vez sigue cerca, por todas partes, en un huésped reservorio. ¿Un roedor? ¿Una mariposa? ¿Un murciélago?
Residir sin ser detectado en un huésped reservorio es quizá más sencillo en lugares donde la diversidad biológica es alta y el ecosistema tiene relativamente pocos cambios. Lo inverso también es cierto: los disturbios ecológicos hacen que emerjan enfermedades. Si sacudes un árbol, caen cosas. (Una estrategia genial)
Cuando un virus se transmite de su huésped reservorio a otras especies (la mayoría de las veces se desconoce qué animal puede ser el reservorio), esta transferencia se llama “derrame”.
“¿qué podría estar pasando ahora que no pasaba antes?” es una de las preguntas que surge en los especialistas cuando un virus comienza de repente a atacar. Sabemos que los virus si bien pueden mutar no aparecen porque sí, no son nuevos… Parte de la respuesta es abrumadora, los humanos han destruido los bosques y alterado los hábitos de alimentación y anidamiento de muchas especies animales, lo cual los ha obligado a emigrar, a cambiar de morada, en general como ocurre con el murciélago, los hace “mudarse” cerca de las personas.
Pero la proximidad es sólo una parte; transmitir el virus es otra. “¿Cómo se da la transmisión? –La verdad es que todavía no lo sabemos”.
Casi todas las enfermedades zoonóticas resultan de una infección por uno de seis tipos de patógenos:
· virus,
· bacterias,
· protozoarios,
· priones,
· hongos
· y gusanos.
·
La enfermedad de la vaca loca es causada por un prion, una molécula de proteína doblada de manera extraña que provoca que otras moléculas se doblen de maneras raras.
La enfermedad del sueño es una infección por un protozoario, transmitido a mamíferos silvestres y domésticos y a la gente en el África subsahariana por las moscas tse-tsé.
El ántrax es una bacteria que puede permanecer latente en el suelo por años y después, cuando sale, infectar a los humanos mediante el ganado.
La toxocariasis es una zoonosis leve causada por gusanos redondos y la puede contagiar un perro. Pero, al igual que el perro, por suerte el dueño puede desparasitarse.
Los virus son los más problemáticos. Evolucionan rápidamente, no responden a los antibióticos, pueden esconderse, ser versátiles, tener altísimos índices de mortalidad y son diabólicamente simples, al menos en comparación con otros seres vivos o cuasivivos.
El hanta, SARS, viruela del simio, rabia, ébola, virus del Oeste del Nilo, machupo, dengue, fiebre amarilla, junin, nipah, hendra, influenza y VIH son virus. La lista completa es mucho mayor.
“Los virus carecen de medios de locomoción –dice el eminente virólogo Stephen S. Morse–, pero muchos de ellos le han dado la vuelta al mundo”. No pueden correr, nadar o arrastrarse. Son portados.
El contacto es crucial. El contacto cercano entre dos especies representa la oportunidad para un patógeno de expandir sus horizontes y posibilidades.
El contacto cercano entre humanos y otras especies se puede dar de varias formas:
· matando y comiendo animales.
· por medio del cuidado de animales domésticos.
· el manejo de mascotas (como el caso de la viruela del simio que llegó a Estados Unidos debido al comercio de mascotas por vía de los roedores africanos importados).
· las tentativas de domesticación (como dar plátanos a los monos en un templo en Bali).
· la cría intensiva de animales combinada con la destrucción de hábitats (como el caso de las granjas porcinas en Malasia) y
· la penetración disruptiva de los humanos en el paisaje silvestre, lo cual, sobra decirlo, pasa mucho en el mundo actual.
Cuando el contacto se ha dado y el patógeno ya cruzó, hay otros dos factores que contribuyen a la posibilidad de consecuencias catastróficas: la gran abundancia de humanos en el planeta, todos disponibles para ser infectados, y la velocidad con la cual viajamos de un lugar a otro. Si surgiera una nueva enfermedad, una que se transmita de persona a persona por un apretón de manos, un beso o un estornudo, fácilmente podría dar la vuelta al mundo y matar millones de personas antes de que la ciencia médica encontrara la manera de controlarla.
Pero nuestra seguridad, nuestra salud, no es el único punto a considerar. Algo más que vale la pena recordar es que la enfermedad puede ir en ambos sentidos: de los humanos a otras especies así como de ellos a nosotros. El sarampión, la polio, la escabiosis, la influenza, la tuberculosis y otras enfermedades humanas son amenazas para los primates no humanos. Estas infecciones reciben el nombre de antropozoonóticas. Pueden arribar con un turista, investigador o habitante local y tener un efecto potencialmente devastador en las diminutas poblaciones aisladas de los grandes simios con un acervo genético relativamente pequeño, como los gorilas de montaña de Ruanda o los chimpancés de Gombe.
Nosotros, personas y gorilas, caballos y cerdos y murciélagos, monos y ratas y mosquitos y virus, todos estamos en esto juntos.
Extraído de “National Geographic”
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